Aventuras y desventuras de José María Espinar
Fotografía de Ricardo Pinillos
Nací en Granada en 1974. He sido un puñetero desastre toda la vida. Durante demasiado tiempo impuse mi criterio en cualquier escenario por la fuerza de una personalidad inmoderada. Los años me han ido enseñando a no ser tan idiota. Tengo muchísimas menos cicatrices de las que merezco. Me considero inteligente y sé que cuento con aptitudes académicas. Nací para escribir y para enseñar. Dos carismas que me invitan a leer mucho y a aprender sin descanso. También soy adicto al alcohol y profundamente inestable. No deseo a nadie librar mis batallas internas. Guardo demonios en la celda de la conciencia y protejo la bondad que hay en mí como si fuera una brasa a punto de apagarse. Cuando llega la tentación y cierro los ojos, no dejo de sentir en el pecho los aullidos de mister Hyde. Sin mi mujer Tamsin estaría muerto o acodado en la barra de cualquier bar de perdedores. Gracias a ella dejé de escribir a base de espasmos erráticos y me convertí en un escritor de verdad, dejé de devastar mi propia identidad y comencé a construir una familia, dejé de acumular dolor y empecé a compartir felicidad. Podría continuar a su lado solo por gratitud; pero la amo, a pesar de que no para de regañarme. Cuando disfrutamos de momentos de intimidad, sin el enjambre de los niños, no quiero estar en ningún otro lado con ninguna otra persona. Entiendo a la perfección lo que significa el "serán los dos una sola carne".
Hablando de niños, tengo tres hijos como tres cortijos. Miguel, Julia y Nico. El mayor es fruto de una relación anterior, pero conoce a Tamsin desde los cinco años. "Mi tres cuartos", confiesa ella entre risas. Son una trinidad perfectamente ensamblada, con sus disputas y enfados, con sus secretos y lealtades. Cada uno sabe que si llama al otro "medio hermano" pasará de inmediato a la categoría de "medio hijo" y que, cuando yo muera, me apareceré para aterrorizar a una descendencia desacreditada. No dejo de sentir asombro por sus acciones. ¡Qué podio de temperamentos! Miguel tan racional, Julia tan apasionada y Nico tan deportista. Confirman que mi existencia no ha sido un fracaso. Aunque me arrojara al fuego de los errores y me consumiera en la traición, mi vida habría merecido la pena. Al igual que Cornelia, pondré en mi lápida: padre de los Graco.
Estudié sin vocación la carrera de derecho. Tardé casi veinte años en acabarla (te imaginas quién me obligó a terminarla, ¿verdad?). Después cursé un máster oficial en relaciones internacionales iberoamericanas y comencé un doctorado que abandoné al poco para dedicarme por completo a la literatura. Una apuesta que me ha salido coyunturalmente fatal. Ahora estudio ciencias religiosas a un ritmo trepidante. Pretendo culminar esta maravillosa formación teológica con una tesis doctoral sobre la figura de Alejandro Villalmonte y su revolucionaria idea de 'gracia original' en contraposición al concepto represor de 'pecado original'. Sí, lo sé, frente a la elaboración de ambiciosos proyectos existenciales, John Lennon nos recuerda que "la vida es lo que ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes". He trabajado de camarero, cocinero, dependiente, acomodador y taquillero de cine, auxiliar de vuelo, instructor de normativa aeronáutica, mozo de almacén, profesor universitario, entrenador de boxeo y profesor de instituto. Todas las veces que he arrojado la toalla artística, que no han sido pocas, Tamsin la ha cogido antes de que tocara la lona y me ha abofeteado la cara al grito de: <<¡Como dejes de escribir, te dejo yo a ti!>>.
Recomiendo que leas mis libros porque creo que merecen la pena. Me atrevo a pedirte la oportunidad de entretenerte durante unas cuantas horas. He ganado premios mayores y premios menores que testimonian un talento narrativo poco cuestionable. No practico un estilo fácil, lo reconozco, pero ¿cómo lo iba a hacer si no no soy una persona sencilla? En cierta ocasión, el inmenso Antonio Enrique dijo de mí que era mal poeta, pero poeta hasta la médula. ¡Qué razón guardaban sus palabras! Si tuviera que elegir una obra personal, sin contar Lázaro y Jesús, porque considero que esta la he escrito al alimón con el Espíritu Santo, escogería El asesinato de lord Conan Whitehall, un tributo estético a la literatura victoriana, con Sherlock Holmes incluido. Me dio la alegría de ganar el Tiflos y el disgusto de caer en manos de una editorial despreciable que no hizo nada por ella. Esta novela, entre todas las que he escrito, mereció algo mejor. Actualmente guardo cuatro historias terminadas en el cajón de las frustraciones más dos ideas principiadas y un ensayo abierto en el ordenador. Tres obras de teatro mediocres calzan la mesa de trabajo. "Ahí os espera vuestra herencia", suelo decirles a los niños. Con cada crisis emocional que sufro, escribo un libro de poesía. Llevo ocho. Todos juntos me han catapultado al anonimato.
¿Qué más decirte? Pues que hace ya algunos años que no hago mal a nadie, que me tomo muy en serio el sufrimiento de los más desafortunados, que predico con la coherencia y no solo con la disertación sulfurosa. Me apasiona el conocimiento objetivo. Suscribo la frase de Descartes: Daría todo lo que sé por la mitad que desconozco. Por eso me irritan tanto el subjetivismo emocional y la sabiduría de los ignorantes. Rechazo el prejuicio travestido de dogma. Jesús se ha convertido en mi mejor amigo y en mi guía. Me siento feliz dirigiendo el coro de la parroquia que tengo frente a casa. Soy una tesela más del gran mosaico eclesial. Desde que no bebo el mundo me parece más aburrido, mucho más aburrido, pero la vida más apasionante, mucho más apasionante. José Manuel Guirado, compañero de noches eternas y respetadísimo rival en lides tertulianas, me prefiere abstemio. <<Así aguantas más tiempo en el cuadrilátero de la discusión, José, y no dices tantas tonterías al final. Nunca me gustó ganarte por nocaut>>, asegura.
Ya que has llegado hasta aquí leyendo, mereces saber que no me siento cómodo, aunque no te lo creas, siendo el centro de atención. Siempre he escapado de los halagos y, después de una conferencia, de una presentación o de una mesa redonda, me desvanezco entre el público dando pasos hacia atrás hasta encontrar la puerta de salida. Si alguna vez coincidimos y me ves arrogante, mírame a los ojos y dime: <<José, no seas tan inseguro>>. En definitiva, parafraseando el comienzo de una serie que marcó a mi generación: En 1974 nació un buen hombre que en su juventud fue encarcelado por los excesos. Con la madurez, no tardó en fugarse de la prisión en la que se encontraban recluido. Hoy, buscado todavía por el pecado, sobrevive como padre, esposo y escritor. Si usted tiene algún problema y se lo encuentra, quizá pueda contratarlo...
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