Curiosidades y anécdotas

 

Imagen de Ron Rev Fenomeno en Pixabay

I) La novela fue producto de una revelación nocturna en septiembre de 2022. La inspiración llegó a mi mente como un rayo. Su impacto electrificado me despertó con la energía de tres cafés. Tamsin me echó del dormitorio sin contemplaciones por no dejarla dormir. Está harta de tantas epifanías a deshora. La entiendo perfectamente. Ya en el salón, mientras pendulaba de un lado a otro con la desesperación del tigre enjaulado, comencé a pensar: <<Jesús lloró mientras se dirigía al sepulcro de Lázaro (Juan 11:35). Esas lágrimas debían encerrar una historia de amistad tremenda. ¡Una historia que podría reforzar el mensaje evangélico!>>. El título cayó en mi cabeza con la dulzura de una hoja que abandona el árbol y busca descansar en la hierba: Lázaro y Jesús, el evangelio de la amistad. Comprobé en internet que nadie hubiera escrito algo así antes. Introduje en el bocadillo de Google todas las combinaciones posibles: "Lázaro-Jesús-novela-infancia-amistad-libro-historia-leyenda-atlético de Madrid". La emoción se apoderó tanto de mí al no hallar obstáculos de propiedad intelectual que, cuando llegó el nuevo día, aguanté con una sonrisa imborrable la bronca, enorme bronca, de mi esposa por haberla despertado.

Imagen promocional de la serie The Chosen.

II) Meses más tarde, cuando todavía andaba adoquinando conceptualmente la novela, el estómago se me encogió al descubrir que el capítulo tres de la tercera temporada de la extraordinaria serie The Chosen comenzaba con Lázaro y Jesús de niños. ¡Se me habían anticipado! <<¡Nooo!>>, con tres oes, grité como si me hubieran golpeado a traición. Sentí rabia y frustración, lo confieso, y las sentí en cantidades industriales, pero también experimenté una sensación de arrobamiento. Profeso por Dallas Jenkins, como cineasta y cristiano, una profunda gratitud. The Chosen ha despertado de nuevo mi fe, hasta entonces aletargada por susurros de plenitud burguesa; la ha sacudido y despabilado para recordarme que los desfavorecidos son los favoritos de Dios. El kerigma de la serie, fraternal y conmovedor, me ha conquistado por completo. La cercanía de Jesús, interpretado magistralmente por Jonathan Roumie, resulta fascinante. El arte, al servicio del evangelio, se convierte en una herramienta misionera y pastoral valiosísima. Pero volviendo a ese capítulo concreto, allí estaba yo pensando: <<Una vez más, José, llegas tarde a una idea preciosa>>. Sin embargo, al ver que el episodio se desarrollaba sin ahondar en la vía narrativa de la niñez y juventud de los dos amigos, suspiré aliviado. ¡Podía seguir adelante! La serie remarcaba una profunda relación entre ambos. Ahora bien, no exploraba ni su infancia ni su adolescencia, solo lanzaba a una centella fraternal como punto de arranque. ¡Adelante, pues, sin excusas! El libro me pedía a gritos comenzar ya.

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III) No sé dónde, pero sé que lo leí. "Yo compongo canciones que hablan de mí", dijo en cierta ocasión John Lennon. Los artistas enmascaramos nuestro dolor tras la estética, vestimos de fortaleza nuestras inseguridades y convertimos nuestras heridas en horizontes. Lázaro y Jesús tenía que empezar con un guiño personal. Como escritor necesitaba dejar una huella dactilar en el cristal de la historia. Frente a la pantalla del ordenador en blanco, respiré hondo y cerré los ojos. ¿Qué confesar? ¿Qué escribir con zumo del limón? Siempre le he tenido pánico a la oscuridad. Todavía hoy, cuando me quedo a solas en casa cuidando a los niños, porque mi mujer anda de viaje o de francachela, siento auténtico terror a la obertura del sueño. No son pocas las ocasiones en las que caigo rendido sin apagar la luz de la mesilla. ¡Ahí estaba mi confesión! El libro ya podía comenzar. "Siempre he tenido miedo a la oscuridad" fue el pistoletazo de salida. La hemorragia creativa sangraba. A lo largo de la novela fui depositando cápsulas biográficas en lugares secretos. Permíteme que te desvele algunas más: el cielo que visita Lázaro es un escenario celestial que soñé siendo niño, exactamente la misma visión rural y pacífica que lleva habitando mi subconsciente más de cuarenta y dos años; el milagro que hace Jesús en la carpintería, transformando el clavo en mariposa, representa mi tributo a la magia, un mundo que me cautiva y que llenó mis noches en Madrid durante varios años; el discurso de José en la boda de Lázaro rinde tributo al que yo, igual de borracho, pronuncié en la boda de mi hermana Mar; el enfado entre Jesús y Lázaro nace del distanciamiento que tuvimos, por mi culpa, Iñaqui Paredes y yo durante un tiempo demasiado largo; y así un largo etcétera que dejo de confesar...

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IV) Este libro reivindica a Jesús y reivindica a la mujer. Desde el primer momento tuve claro que la novela necesitaba sostenerse sobre una dignificación clara y sin ambages de lo femenino. Abhira, Marta y María debían conformar una trinidad selvática. La madre, fuerte y determinada, con valor de elefante; la hermana mayor, agresiva y protectora, con fiereza de pantera; la benjamina, hermosa y delicada, con belleza de gacela. Tres escalones afectivos en un ecosistema familiar herido. Por otra parte, quise restarle protagonismo a María frente a José para equilibrar la enorme lealtad que ambos demostraron a Dios. Sara es una alegoría del ágape que embrida al eros en la estela teológica indicada por Benedicto XVI, y María Magdalena asume el peso de toda la honorabilidad robada a la mujer por una cultura machista que lleva enquistada en el catolicismo demasiado tiempo. Para mí, junto con José, es uno de los personajes angulares del libro. Escribir su discurso sobre los siete demonios fue un auténtico placer moral. El papel secundario de Adaia intenta rescatar metafóricamente a esa Eva del comienzo de la creación. Lloré sin consuelo con la muerte de Abhira y con la reconciliación de Marta y Jesús. Me reí desplegando el carácter protector y marcial de María y con las exclamaciones de Abhira sobre los amorreos. Ha sido todo un honor reivindicar el estandarte femenino del cristianismo. Aunque son más las mujeres que aparecen en el libro, si te das cuenta, las que te he nombrado completan una constelación de siete estrellas. Siete como como número perfecto, de complexión ética, de sentido pleno.

Fotografía de Ricardo Pinillos.

V) El niño de la portada del libro es mi hijo Nico, un pequeño Tom Sawyer lleno de vitalidad. En principio iba a salir con él un buen amigo del colegio, pero un partido de fútbol de última hora nos privó de su colaboración. ¿Qué hacer? La cita con el fotógrafo no se podía posponer. La editorial Mensajero estaba siendo extraordinariamente generosa aceptando mi idea de portada. Una idea que ya no se podía plasmar. Solo tenía a Jesús, Lázaro había fallado. De pronto lo vi claro. Como decía mi abuelo: "Intellectus apretatus discurrit qui rabiat". Haríamos una foto con simbología pascual, es decir, una imagen que nos llevara al sacrificio de la cruz. Los lectores tendrían frente a sus ojos a un Jesús de siete años consciente del dolor que le aguardaba. Cristo ya sabe que le espera la muerte por crucifixión, pero ahora es un niño y toca disfrutar.  No hay nada que describa mejor la felicidad de un crío que un charco en el que poder saltar bajo la lluvia. El cristianismo no se sostiene en el sufrimiento, sino en la alegría que regala la fe. Una fuerza maravillosa que nos mantiene siempre unidos a la esperanza del reencuentro con Dios. Al otro lado de las gotas de agua me encuentro yo con la manguera de riego. Hacía frío y soplaba el viento. Nico se portó como un verdadero campeón. ¿Y quién es el fotógrafo? Se llama Ricardo Pinillos, gran amigo al que conocí en mi club de boxeo. Empezó siendo alumno y acabó convertido en puntal del Irene Adler Boxing Club. Le quiero una barbaridad y proclamo su talento descomunal como fotógrafo. Es licenciado en Bellas Artes. Las portadas de mis tres últimos libros le pertenecen. En la pestaña de Galería de fotos encontrarás más imágenes de nuestra sesión.

 

Imagen promocional de la página web de la editorial.

VI) Siempre tuve claro que Lázaro y Jesús vería la luz en una editorial vinculada a la Iglesia. Esta novela es mucho más que un ejercicio narrativo. Reconozco que la editorial Mensajero no fue mi primera opción, por la sencilla razón de que no caí en la cuenta. Nada más acabar de escribir la primera versión, tiré de memoria y envié el manuscrito a Verbo Divino. Me contestaron al poco diciendo que les gustaba la novela y que el consejo editorial iba a sopesar su publicación. “¡Qué diferencia con las editoriales ordinarias!”, pensé. En los páramos de la literatura actual ningún sello abre sus puertas (la mayoría de editoriales rechaza manuscritos) y, desde luego, no contestan tan pronto (la mayoría de las pocas que aceptan manuscritos desarrolla un ejercicio despiadado de silencio administrativo negativo). Sin embargo, los meses fueron pasando hasta convertirse en trimestres y estos en medio año. “¡Pues yo creo que se han olvidado de mí!”, asumí herido de desilusión. Harto de esperar, envié el manuscrito a Desclée de Brouwer. Los elegí porque me acaba de leer un precioso libro de José María Castillo. Me contestaron pronto. La obra les resultaba interesante e iban a sopesar su publicación. Aquella segunda aceptación en precario me hizo ver que Lázaro y Jesús merecía la pena. El libro se reivindicaba y me decía: “Duda de ti, pero no de mí”. Al poco recibí un correo electrónico en el que declinaban mi ofrecimiento de publicación. La novela no encajaba del todo en su línea editorial. Fue un rechazo educado, empático y cortés que me entristeció, pero no me hizo daño. Sé perder. Recuerdo que leí parte del mensaje a toda prisa, justo antes de tener una reunión de trabajo. Nada más darme cuenta de que the dream was over apagué el móvil y me preparé para intentar impresionar al delegado diocesano de enseñanza de Tenerife. Necesitaba urgentemente ingresos porque me había visto obligado a cerrar mi club de boxeo. Después de la entrevista, volví al mensaje, esta vez para leerlo hasta el final con calma, y descubrí que en la última frase había un auténtico regalo. El editor encargado de trasmitirme las malas noticias, y de quien no digo su nombre por discreción (él ya sabe de mi gratitud), me recomendó algo: “¿Por qué no envía usted la novela a Mensajero? Les va a encantar”.  El domingo 24 de marzo de 2024  di cumplimiento a su recomendación. El 19 de abril, viernes, mientras me dirigía caminando al teatro Teobaldo Power, lugar donde iba a impartir una conferencia-espectáculo a toda la muchachada de los institutos públicos de La Orotava en el marco de las jornadas cervantinas organizadas, entre otros, por mi querida amiga Marivi, decidí ojear el teléfono para ver si la red virtual de mi correo había pescado algo interesante. ¡Y allí estaba el mensaje más emocionante de toda mi vida! ¡Sí, de toda mi vida! Era de la editorial Mensajero. Querían publicar Lázaro y Jesús. Neil Armstrong no estaba llamado a ser el primer hombre en pisar la luna, Rusell Crowe no fue la primera opción para interpretar a Máximo Décimo Meridio en Gladiator. "¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ", nos recuerda Pablo en Romanos 11:33.

Imagen promocional de la película Stand by me, Google.

VII) Durante la adolescencia no tuve muchos amigos. El séptimo arte me rescató de un doloroso desarraigo generacional. Mientras la mayoría de jóvenes se reunía los viernes y sábados por la tarde para ir a los lugares de moda, yo iba al cine. A mis padres les decía que había quedado con la gente de clase. Nada más apagarse la luz de la sala, la tristeza de saberme a solas desaparecía. La ficción aliviaba el dolor del aislamiento. No sufrí acoso escolar, quizá porque los más crueles sabían que yo era raro, no pusilánime. Sencillamente fui un empollón invisible y despreciado. Cuando probé mi primera cerveza todo aquello cambio, pero esa es otra historia. Siempre me ha fascinado la proximidad sentimental que regala el celuloide. En casa, todavía hoy me regañan por llorar escandalosamente cuando nos reunimos alrededor de la televisión. Confieso que, de una u otra forma, gran parte del encuadre narrativo de algunas escenas de la novela proviene de manera involuntaria de ciertas películas imprescindibles en mi vida. No solo somos enanos a hombros de gigantes, sino que somos lo que hemos visto y lo que hemos leído. Déjame ponerte algunos ejemplos: la noche en la que Jesús, Lázaro, Aarón y Jadiel se van a a las cuevas del monte Kedumin ha de entenderse como un pequeño tributo a Stand by me; la capacidad inventiva de Jesús para cazar zorzales y ayudar así al viejo Jacob nace de Richard Data Wang, el entrañable personaje de Los Goonies; el grupo de jóvenes que agrede a Jesús y a Lázaro a las afueras de Nazaret está inspirado en Alex y su violenta pandilla de La naranja mecánica; la conversación entre Jesús y Ekmat, el criado de Gaspar, reinterpreta el diálogo de Rocky Balboa con su hijo en Rocky VI; no puedo negar que María Magdalena está inspirada en la Hermione Granger de Harry Potter interpretada por Emma Watson; el momento en el que Lázaro se siente atraído hacia Sara de una forma tan irresistible como sexual homenajea la escena de El nombre de la rosa en la que Adso de Melk pierde la virginidad; el palles, inventado por Jesús, tiene su inspiración en El juego del calamar, y así muchos más calcos visuales. ¡Ah, una última cosa! Tienes mi palabra de honor de que la portada no está inspirada en Platoon, aunque desde el departamento de diseño de mi querida editorial Mensajero se niegan a creerme. La idea que quiere transmitir esa foto es la de un Jesús que ya conoce su destino. La cruz está esperando, pero el tiempo de dolor todavía no ha llegado. Ahora, como buen niño, toca reír y jugar bajo la lluvia.

iStock. Imagen gato con problema en el ojo.

VIII) Canela, el gato callejero con el ojo blanco y seco que Jesús curó, y que acabó convertido en la sombra de Marta, existió de verdad. Una mañana apareció en el jardín de casa. Ni Hermione, nuestro perro, ni Bukowski, nuestro gato, rechazaron la presencia de aquella simpatiquísima cría. Descubrimos que pertenecía  a la vecina de al lado, una mujer de campo que otorgaba mucha libertad a sus mascotas. Canela era un encanto. Siempre llegaba a ti después de mil tropiezos, pues tenía un ojo completamente inútil, y ronroneaba con ternura invencible. Nunca intentó entrar en la vivienda. Se contentaba con acompañarnos fuera. Tamsin y yo sopesamos pedirle permiso a su dueña para pagar una consulta con el veterinario, pero Canela desapareció de la misma forma que llegó: de improviso. Semanas más tarde, nuestra vecina me comentó de pasada que el gato había muerto. Recuerdo que, cuando lo anuncié a la familia durante la cena, un triste silencio tomó la mesa. No sé por qué, quizá porque soy demasiado sentimental, le hice un hueco en la novela.

Imagen de Pixabay.

IX)  El primer borrador de la novela se lo di a leer a un grupo de doce voluntarios. No pude resistirme a la poética bíblica de un número tan hermoso. Solo seis cumplieron con su palabra. La otra mitad arde en la gehena del compromiso contravenido. Juan Torres López, catedrático de economía y uno de mis referentes intelectuales, fue el primero en darme su parecer. Luego llegó el de mi extraordinario amigo José Manuel Guirado. Días más tarde recibí el dictamen de Daniel Perrino, increíble escritor de quien recomiendo sus novelas sobre Ajax publicadas por Domiduca Libreros. Al poco vinieron en cascada las opiniones de mi hermano del alma Enrique Carrera y de mi santa madre, que me quiere mucho, pero a la que le caigo muy mal. El último en compartir conmigo sus impresiones fue Pedro Paricio, un pintor que ya es eterno y con quien me une una amistad especialmente maravillosa. No todos son creyentes, no todos mostraron el mismo grado de aprobación y entusiasmo, pero su sinceridad consolidó las fortalezas de libro y me hizo revisar las debilidades narrativas de la historia. Me siento en deuda con ellos porque vivimos un época en la que solicitar tiempo a los demás (o entregar el tuyo) se ha convertido en una quimera. Sin este sexteto de lectores, Lázaro y Jesús no sería lo que es. Gracias de corazón.

Imagen de dmaland0 en Pixabay.

X) Soy tan católico como ecuménico, tan amante de los Beatles como de Leonard Cohen. Marcos 9,38-40 guía mi manera de entender la fe compartida extra septa monasterii. "El que no está contra nosotros está a favor nuestro", son las palabras con las que Jesús reprende a sus discípulos más rigoristas. Si hay algo que envidio sanamente del protestantismo evangélico es su pasión por la música popular. El gospel y el rock cristiano estadounidense me maravillan. Necesitaba una banda sonora potente para escribir Lázaro y Jesús. El ímpetu de la novela exigía ritmo, desgarro y profundidad emocional. Por eso, para el grueso narrativo, escogí a Stephen Mcwhirter. Su voz, sus letras y melodías, su propia vida redimida, me envolvieron durante horas y horas. De hecho, un día, enardecido por las canciones del artista estadounidense, me llevé la guitarra al instituto en el que impartía clases de religión católica y me puse a tocar Come, Jesus, come con los alumnos de secundaria para mostrarles cómo el arte puede proclamar la fe (aquel arrebato pedagógico terminó en estrepitoso fracaso). Cuando necesité concentrarme en algún tema femenino, cuando tenía que poner voz a las mujeres de la novela, me entregué a la genialidad de una musa del blues: Beth Hurt. El diálogo final entre Jesús y Abhira fue escrito escuchando, una y otra vez, la canción Mama, this one is for you. Esta enorme cantante y compositora, de vida compleja, acaba de sacar un disco que es una oda al ideario cristiano. La íntima religiosidad, el amor, la fragilidad y la esperanza impregnan cada tema del álbum. You still got me representa una demostración maravillosa de madurez. Me atrevo a asegurar que a Jesús le habría encantado escuchar a estos dos musicazos y tomarse algo con ellos después del concierto.

XI) La novela está dedicada a la parroquia de Palo Blanco en general, pero a mi querido coro especialmente. Son un grupo de personas maravillosas (la foto no las recoge a todas) con las que no solo comparto rutinas. A través de sus vidas y de sus experiencias individuales (a veces muy duras) aprendo el valor profundo de las virtudes teologales. ¿Cómo empezó todo? Después de realizar el examen de la asignatura Historia antigua y medieval de la Iglesia, mi profesor del ISTIC, Miguel Ángel Navarro, me sometió a un pacífico tercer grado. Al confesarle que no participaba mucho en la vida eclesial, me echó un severo rapapolvo. Yo, que soy muy disciplinado, me presenté ante el presbítero titular de la la parroquia de Palo Blanco después de aquella bronca y me puse a su disposición. El padre Ángelo Nardone, que ahora es buen amigo, me miró con cara de circunstancia y me dijo: <<Gracias, hijo, por ofrecerte. Lo que yo necesito aquí tú no puedes dármelo>>. Al instante supe, tienes mi palabra, que fuera lo que fuera que demandase aquel cura de enorme carácter, yo podía y debía dárselo. <<¿Qué le hace falta a usted, padre?>>, pregunté retóricamente. <<¡Un guitarrista para formar un coro! ¡No hay manera! Nadie quiere, nadie se compromete>>. Así arrancó esta entrañable aventura a la que poco a poco se fueron sumando Ana, Loli, Conchi, Fran, Gian Franco, Luana, Isabel y Dolores. Al principio, nos limitamos a trabajar el cancionero tradicional. Sin embargo, una tarde de martes les llevé un tema hecho por mí y les gustó. Lo tocamos en misa, escondido bajo la hojarasca del repertorio habitual, y despertó la emoción de la gente. Así, semana tras semana, fuimos componiendo nuestras propias canciones y versionando temas de rock clásico. Rendimos tributo a Dios siendo creativos. Considero la melodía de cualquier obra musical como un descubrimiento sublime que el autor comparte con el mundo entero, y la letra como un diálogo íntimo ofrecido a los oyentes. ¿Cuántas veces hemos tarareado temas en inglés sin saber lo que decían? A día de hoy hemos reinterpretado a Bon Jovi, a los Beatles, a los Bee Gees, a Leonard Cohen, a Tal Bachman, a U2 y a Queen. Hablando de la reina... Don Bernardo Álvarez, hasta hace poco obispo de la diócesis nivariense, pastor conservador en la forma y en el fondo, llegó a pedirnos que repitiéramos el Who wants to live forever reconvertido en la oración al Espíritu Santo del papa Francisco hasta tres veces en una de las últimas confirmaciones que ofició. A día de hoy, nuestros Gloria, Cordero, Padre nuestro, Salve Madre, y Ave María, así como el canto a la virgen de los Dolores, se han convertido en señas de identidad y motivo de orgullo de los fieles de este pequeño rincón del mundo.

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XII) Tuve el privilegio de presentar la novela en un colegio jesuita de Gijón. Todo el cuadro docente de La Inmaculada me acogió con los brazos abiertos. Como el acto se celebraba por la tarde, propuse a la directora visitar a los estudiantes de 1º de la ESO a última hora de la mañana para sembrar un poco la confusión y el asombro con unos trucos de magia. A los pocos segundos de entrar en el aula, uno de los alumnos, impulsado por la espontaneidad salvaje de los doce años, empezó a manifestar su rechazo por el noble arte del ilusionismo. Nada pudo hacer el profesor responsable para calmar aquellas invectivas tan sinceras como viscerales. En toda actuación hay un riesgo. Sobre el escenario siempre estás a merced de un francotirador. El mío medía 1'50 y me escrutaba con ojos severos y gesto torcido. Sin embargo, a medida que avancé en el desarrollo de los tres juegos que llevaba preparados (dos de cartas y uno de mentalismo) noté cómo su sonrisa se abría más y más. En el aplauso final de despedida, las manos del muchacho chocaron amplificadas. <<Qué tú me aplaudas significa mucho para mí>>, le dije delante de sus compañeros. <<Es que eres una crack>>, me contestó. En ese instante recordé todas las veces que había fallado como mago (alguna de ellas especialmente bochornosa) y di gracias a Dios por no saber rendirme. Se posó en mi cabeza la hermosa frase de Saramago: "La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva". Un mago no es mago porque haga trucos, sino porque hace magia.